jueves, 1 de diciembre de 2011

La Bestia

Entre cada bocanada de aire, escuchaba un estruendo en las copas de los árboles a su izquierda y cuando esos sonidos cambiaban de costado, procuraba variar su rumbo, para que cuando tuviera que enfrentar a la criatura, encontrara su espada en la diestra, y poder ser así, más preciso.

A pesar de haber cargado aquella armadura por una eternidad, ya llevaba más de lo deseado esquivando al gigantesco animal, y su torso sangraba a un costado, justo cuando comenzó a huir. En verdad, la zarpa de la bestia, podría haberlo partido en dos, si hubiera sido más lento en su finta.

De pronto los ruidos en lo alto se apagaron, y Alsuf se vio obligado a cesar su huida. Ahora lo estaban acechando y era momento de escuchar con el alma.

Podía sentir los ojos de la criatura, clavados en su espalda, pero también podía sentir la furia que la impulsaba, cegando su razón, y haciendo sencillo el engaño.

Alsuf, estiró los nudillos de su guante metálico y carcomido, para abrazar la empuñadura de su espada, con mayor ajuste a su mano, y mantuvo la posición, relajando su respiración.

Sentía al animal desplazarse lentamente, saboreando el momento en que despedazaría al comandante. Podía sentir la dirección en la que se encontraba. Podía sentir el hambre en su interior, y la codicia que trataba de cazar su espíritu.

Un crujido sobresaltó la escena. Alsuf aplastó deliberadamente el humus a sus pies, para hacer a la bestia reaccionar y lanzarla contra él. Esa era la esencia de la batalla, manipular y provocar los movimientos del adversario para así poderlos controlar.

Una sombra de unos tres metros de altura se abalanzó contra él desde la espesura arbórea para tratar de engullirlo de un solo bocado. Alsuf, logró esquivar al animal y dejar la huella de su espada en su pecho, escabulléndose por debajo de la criatura, que bramó encolerizada por el paso en falso.

La bestia de ojos rojos y pelaje tan oscuro como las insondables historias de su región natal, volvieron a la carga y esta vez, Alsuf esperaba de frente el ataque, con la empuñadura de su espada tras de sí, y la hoja horizontal al suelo a la altura de su cadera, en dirección a la bestia.

De un solo tajo atravesó al animal al revés de cómo este lo esperaba: Alsuf describió un arco con la punta de la espada en el aire, girando sobre sí para esquivar al animal y sus defensas con su propia espalda, y hundir el filo negro del arma en el lomo del animal. Pero la altura del ataque, si bien tulló al animal definitivamente, no pretendía matarlo.

Entre gemidos de la bestia y sus últimos y patéticos intentos por dañar al comandante, sin poder levantar sus zarpas del suelo, Alsuf liberó su espada de las carnes del animal, provocando un infernal aullido, perdido en la noche, en el interior de aquel espeso bosque.

Ahora, debía elegir entre cumplir los designios de su Señor, medio siglo después de abandonarlo a su suerte con aquel demonio recién nacido, o dejar vivir a Ópalus para enseñarle a controlar su naturaleza demoníaca.