jueves, 20 de enero de 2011

Nada Personal


Victorio montaba guardia en la puerta de la habitación del hospital en la que Don Silvio, un importante capo de la mafia italiana en la ciudad, agonizaba esperando la muerte. Era un tipo menudo y de tez morena, cuya chaqueta de cromo con línea diplomática podías usar de espejo, y amartillaba sentado y nervioso el suelo con la pierna derecha. No podía entender cómo podían dejarlo sólo para comer algo, el resto de la escolta.
La propia oficina del Alcalde había ordenado que media planta del hospital fuera reubicada, y que se apostara un recio cordón de seguridad policial en rededor de la estructura, para garantizar la integridad de Don Silvio. Pero ahora, en la planta, llevaba cinco minutos él solo.
Él solo y un médico que caminaba por el pasillo revisando un historial, y que al llegar a su altura por el corredor, se le dirigió con voz temblorosa, casi susurrando, tras inspeccionar la habitación de enfrente y reparar en que estaba vacía.
-“Perdone, ¿ha visto usted salir al paciente que estaba en esta habitación?” El joven doctor, alto y fibroso, pero notablemente torpe y distraído, no podía disimular su congoja al tener que hablar con aquel matón de ojos intimidantes. 
-“¿Le parezco el puto vigilante de este hospital? ¿No le parece que se ha equivocado de planta, imbécil?” Victorio no reparó en gritar para contestar y al médico le tembló hasta el alma con lo que casi se le caen los papeles de la carpeta metálica, y abrió tanto los ojos tras las enormes gafas, que casi se le salen de las órbitas.
-“Perdone, lo siento, yo no…” Se le agolpaban las disculpas en la boca, más lenta que su miedo evidente, y sin terminar de poner excusas se fue dando la vuelta para huir de allí antes de que Victorio le golpeara con el brazo que ya erguía, dispuesto y de pie, para echarlo de allí.
Friedrich había aprendido durante su entrenamiento hacía tantos años a ser ambidiestro, y tras realizar el cálculo de la trayectoria entre su brazo izquierdo y el esternón de Victorio, siendo aceptable la posible pérdida de precisión frente a la rapidez y letalidad del golpe, hundió la esquina de la carpeta metálica en el pecho del centinela dejando volar los papeles a su alrededor mientras realizaba el giro.
El entrenamiento también le había enseñado, a formular una pregunta inconclusa antes de dar el primer golpe, para distraer la atención del enemigo, y retrasar el tiempo de reacción de sus músculos a la espera de una orden, desde su cerebro distraido: en una situación real hay palabras que pierden todo significado, como honor o vergüenza. Lo único que el miedo que sientes te impide ignorar, es "mata a ese hijo de puta, o mañana no tendrás la oportunidad de arrepentirte." "Muestrate inofensivo. Acércate. Y pregunta la hora antes de romper los huesos de su cara".
Victorio no tuvo ni la más mínima posibilidad de reacción, y su asesino le tapaba la boca con la mano derecha, ahogando sus quejas, al tiempo que vencía más el instrumento metálico entre las costillas de su víctima, para partir su corazón. Había calculado bien el ángulo de la esquina metálica de la carpeta, para colarla entre las costillas y así llegar a los órganos. Este momento siempre era violento, lleno de sonidos que la adrenalina se encarga de que no olvides, por mucho que el entrenamiento te ayude a controlar el instinto: miedo, ira, supervivencia, euforia, arrepentimiento.
Solo falta una cosa: "el giro de muñeca". Es más fácil con una navaja. 130 grados bastan para abrirse espacio entre los huesos y hacer irreparable la herida. Pero con la carpeta, es necesario un esfuerzo extra. Usar los dos brazos. Pero el resultado es increíble. Nunca antes experimentado. El sonido de los huesos astillandose y los órganos destrozándose se convierte en ruido, e inspiran tanto terror como satisfacción por una misión cumplida.
Cuando todo había acabado para Victorio, Friedich se puso en marcha. Tenía poco tiempo para que la ropa del maleante se empapara de la sangre que brotaba de su pecho y comenzara a dejar un reguero delator en el suelo. Así que lo arrastró presto a la habitación vacía de enfrente.
Buscó en la chaqueta de Victorio un arma, y encontró una beretta 92 Stainless con silenciador, y pensó que aquel tipo era fiel a sus orígenes, porque se fabrican en Italia. En su trabajo era importante procurarse el armamento en el mismo escenario de la operación, porque, al igual que hiciera antaño en el ejército, evitaba identificar a los que daban las órdenes, al no quedar casquillos ni restos del equipo reglamentario.
Depositó el cuerpo en una esquina, y buscó en un cajón de la mesita de noche, otro uniforme médico idéntico al que llevaba, previamente colocado allí por el contratante. Impoluto de nuevo, entró por fin a la habitación de Don Silvio.
-“¿Eres tú?” Friedich había entrado sigilosamente, pero el viejo parecía despierto, y se dirigió a él con la voz partida por la debilidad.
-“¿Disculpe señor?” El asesino contestó distraído.
-“¿Has venido a matarme?” Fried controló su sorpresa sin pestañear, y tensó sus músculos, preparado para actuar. -“Los guantes de látex te delatan.”
-“Muchos de mis compañeros los usan.” Continuó en su papel, mientras se colocaba junto al anciano, tumbado en la camilla y rodeado de tubos y cables.
-“No en oncología.” El mafioso sonreía antes de revelar sus cartas. -“No te preocupes, no usaré el botón de alerta, te estaba esperando.”
-“No le serviría de mucho, lo he inutilizado.” Ya no era necesario fingir más, y el ejecutor sacó el arma de la parte posterior de su cintura.
-“¿Sabes quién te envía?” Una tos convulsa interrumpió la cuestión del capo.
-“En este caso sí, aunque eso nunca importa.” Sin prisa, fue preparando el arma para usarla.
-“Nunca te pones de ninguna de las partes.” Sonreía de nuevo el mafioso, disimulando su dolor y reprochándole el carácter de sus acciones.
-“Supongo que incuestionablemente lo hago siempre de la que paga, y por eso no vamos a hablar sobre quién lo hace esta vez.”
-“Este asesinato lo pago yo.” Durante toda la conversación, Friedrich no mantuvo contacto visual con Don Silvio, pero aquel dato despertó su interés. -“El señor Fava es un gran amigo mío e importante aliado. Por eso me hizo el favor de contactar contigo para este trabajo.”
-“Supongo que no le importa entonces que el tipo de la puerta este tan muerto como usted dentro de dos minutos.”
-“Era una rata. Por eso ordené que solo él se quedara a vigilar.” El viejo retorció su rostro en repulsa hacia el difunto, sin demostrar temor por la promesa de su asesino.
-“Espero que entienda mi postura, no me considere un total insensible, pero no puedo poner en riesgo mi labor.” Ganaba tiempo intentando calcular la verdadera naturaleza de la situación. Nunca antes alguien le había contratado para su propia ejecución, y temía estar siendo un peón en algún juego de poder. -“No obstante, soy tan gato para colarme aquí como para que no pueda contener mi curiosidad: ¿qué le lleva a un hombre como usted a adelantar su propia muerte, y por estos medios? Creía que morir de viejo era un honor.”
-“No hay gloria, después de sobrevivir a tanta violencia, en morir de enfisema pulmonar.” El anciano estiraba su cuello en un postrero intento de mantener la dignidad en su último momento.
-“Entiendo. Y me cuenta todo esto para que no arruine el funeral disparándole a la cara, porque sabrá usted que poco me importa la vida de mis objetivos, teniendo en cuenta, que por motivos meramente profesionales es su muerte lo que más me interesa.” Sentenciaba con elocuencia y calma su verdugo.
-“Después de haber ordenado tantas ejecuciones, necesitaba preguntarle algo al mejor de todos.” Friedrich comenzaba a dar crédito a las intenciones de aquel anciano, intrigado por sus motivos. -“¿Cómo puedes vivir así? Yo he matado para proteger a mi familia. He roto cada dedo y planeado cada guerra para que mi sangre lo tuviera todo. No consigo entender cómo se puede vivir sólo.”
El asesino respiró profundamente tras escuchar atentamente a Don Silvio, que había cargado de desconcierto y reprobación sus palabras sin levantar mucho la voz. Y con tono sereno, pero idéntica condena, Friedrich contestó inclinándose un poco sobre el anciano.
-“Señor. Algún día tuve familia. Renuncié a ella para protegerla sirviendo a mi bandera. Luego, mi bandera me dio la espalda. Fui un hombre sin raíces desde entonces, porque decidí escupir a la cara de hombres como usted, que se sirven de los instrumentos que por derecho le pertenecen a la gente a la que extorsionan, para librar sus propias venganzas. Puedo vivir sólo, porque no tengo otra alternativa, porque así, también protejo a mi familia. Además, a mí, no me importará tanto como a usted, morir sólo.”
Volvió a erguirse para dar algo de tiempo al mafioso y que dijera unas últimas palabras, que consideraba, bien se había ganado, y llegado el punto en el que parecía estirar demasiado con su silencio los últimos segundos que estaba dispuesto a regalarle, le invitó a despedirse. No sin antes reparar, en que después de tantas ejecuciones en el lado oscuro de la luna de este negocio, Don Silvio era el primero que había conseguido hacer de esto... "algo personal".
-“Dígame, ¿nunca ha tenido miedo?” Le susurró con curiosidad honesta, inclinándose otra vez sobre Don Silvio.
-“Nunca. Yo también renuncié a algo. Renuncié al mañana, rendido a los excesos, propios y ajenos, pero siempre pagados por mí.” Declaraba sincero a corta distancia y calzándose una amplia sonrisa en el rostro para una última provocación. -“Y supongo, por la pregunta, que para ti, yo soy el miedo.”
Friedich esperó un instante, entendiendo que el viejo se refería a un futuro incierto, y se aproximó mucho más al anciano que con un gesto de su cara le pedía acercarse para que pudiera escuchar su débil voz en un último asunto.
-“Tú que has visto a los ojos de tantos al momento de morir, dime… ¿conoces a la muerte?”
El asesino había deslizado imperceptiblemente el arma entre los dos, y descansaba la punta del cañón justo sobre el corazón del Capo.
-“Sólo sé, que para usted, don Silvio, yo soy la muerte.”

miércoles, 19 de enero de 2011

Nace ExtraVagancia


Nace ExtraVagancia
Bienvenidos a mi mundo. Un mundo extravagante. Un mundo extra, más allá de las palabras, más allá de lo que al calor de un café os podría contar. Un mundo vago y errante, sutil y silencioso, pero inquieto y ansioso.

Abro Extravagancia, para ofrecer un espacio en el que verter esas ideas que se esfuman sin darles la oportunidad a desarrollarse por culpa de no tener un espacio para ellas entre todos esos papeles que ceban los rincones de este cuarto, en el que me escondo desde niño para jugar con mis locuras y sueños.

Encontrareis, por tanto, tapas de tinta, muestra de lo que se cocina en el horno, trabajos gráficos propios y ajenos, joyas y especias de tierras extrañas que me encuentre por ahí y cualquier otro proyecto variopinto que ocupe mis ánimos.

Extra por la periodicidad que pretendo para este proyecto. Extra por ser lo que no me puedo callar, lo que sobra dentro de mí. Extra porque esto no va solo de mí, sino de los que alimentan mi curiosidad felina y me enseñan a mirar el mundo con mejores ojos.

Y vagancia por… bueno, porque en el ensueño de los ratos muertos, las ideas se muestran como quimeras dóciles y complacientes. Vagancia, porque quiero que todo aquel que quiera, tenga un sillón dentro de mi sesera, donde pasar el rato, entre sonidos, fotos e historias de cualquier color, pero pellizcadas por mis sentidos.

Extravagancia, sencillamente porque cualquier cosa huele mejor si la pintas de otro color, y porque aún espero el día en que Danone saque un yogurt de caracoles.

Agradecer a todos los que en cada momento me han ofrecido ese oportuno ánimo que todos necesitamos cuando el barro bajo nuestros pies es resbaladizo. Cada uno de vosotros sabéis bien cuanto os debo, aunque no lo reconozcáis, lo que os hace mejores aún. ExtraVagancia es una expresión más de mi sincero y eterno agradecimiento. Sabed, que Extravagancia es una forma de rendiros tributo.

Va por y para vosotros.