Los tres comandantes, esperaban la orden de retirada para dedicarse a sus quehaceres en la marcha del ejercito de Ópalus, mientras este, observaba a los porteadores esperando el momento para cumplir un último acto administrativo.
El general se dirigió a Krama para que se acercara, mientras a su alrededor marchaban demonios y porteadores a cada lado, adentrándose ya en el “Círculo Exterior de Augia”.
-”Necesito a cada uno de los porteadores que ves, así que interrógales por su líder, sin provocar herida alguna.” El demonio quedó estupefacto ante la petición de Ópalus, que tuvo que confirmar su orden inclinando la cabeza y animándolo a descubrir un desenlace inesperado al interrogante que le planteaba.
-”Porteadores. ¡Alto!” La bestial voz de Krama quebró el constante tocar de los tambores de marcha, sonido imperante en el lugar, que en ningún momento se detuvo, como tampoco lo hicieran los pasos de la columna militar que ignoró completamente la escena. A su orden, todos los porteadores detuvieron su marcha, confundidos y expectantes.
-” ¿Quién de entre vosotros es el líder?” Se tomó su tiempo para escoger las palabras adecuadas para transmitir el mensaje sin que los esclavos confundieran la pregunta con un sencillo acto de lealtad a Ópalus.
Tímidamente, uno de los esclavos se atrevió a contestar a Krama: -”Pero señor... se nos está prohibida cualquier forma de obediencia entre nosotros...”
-”Calla necio, antes de que te destripe. Conozco bien la ley de mi nación idiota.” El Comandante ignoró por suerte para el pobre muchacho, su frágil existencia en aquel escenario por orden previa de Ópalus, y Krama se volvió a dirigir a los porteadores:
-” ¡Contestad antes de que pierda mi paciencia!”
Un fornido mortal de mediana edad, de rostro castigado por la esclavitud centenaria de su pueblo, al servicio del duro yugo de Augia, se adelantó serio, apartando la mano de un compañero que trataba de detenerlo, sabiendo que era inútil hacer esperar a los demonios.
-”Yo, Braco. No soy el líder de vuestros esclavos, pero me respetan y escuchan como mero traductor de las ordenes de Augia, para las pobres y confusas mentes mortales.” -Sin duda, aquel era a quién buscaba Ópalus, pues conocía bien la obstinación de los mortales por mantener sus costumbres y lealtades ante la privación de las mismas, siendo muy superiores en la clandestinidad que en la total libertad.
Krama miró a su nuevo amo buscando su complacencia en una tarea saldada sin bajas como le pidiera, para dar de nuevo, un paso atrás. Ópalus desmotó y se acercó a Braco.
-”Braco, hijo de Bastia, indómita y noble comarca esclavizada por Augia hace cientos de ciclos visperianos, te propongo un pacto, para la libertad de tu pueblo.”
A las palabras de Ópalus le contestaría la sorpresa de sus comandantes, y el murmullo inquieto de la muchedumbre mortal, que no encontraba ningún resultado coherente para aquel exhorto.
-”Quiero que los descendientes de tu nación tomen las armas que cargan para otros, y que los comandes a mis órdenes en batalla para gloria del Trono de la Ira.”
Los demonios mayores presentes, descubrieron que el nombramiento de Talut, no sería el único agravio al que Ópalus les enfrentaría, ni mucho menos el más grave. Nunca en la historia de Augia se había visto colaboración igual en batalla. Si bien los humanos exterianos habían servido durante largos y numerosos periodos de tiempo a las órdenes de Augia, directa o indirectamente, ya fuera como subordinados en guerra o como vectores de sus insidias en forma de influencias culturales, jamás un general augiano habría compartido escenario bélico junto a un humano, en lugar de hacerlo sobre él.
Braco clavó en Ópalus su sinceramente profunda mirada de color verde. Era difícil determinar el tono de piel de aquellos esclavos, pues el cielo en llamas del continente rojo, confundía el sentido de la vista, declinando cualquier color hacia el primario más visceral y violento.
La precariedad y la miseria eran palpables en sus ropas rasgadas, confeccionadas con pudor por sus mujeres, aún encerradas en Augia, y su rostro adulto y poblado de barba oscura. También la dureza y la crueldad de su situación de esclavitud eran evidentes en la musculatura desarrollada de aquel humano, y las heridas a medio cicatrizar de trabajos y castigos recientes.
El bastiano discutía en su fuero interno la posibilidad de que la sensación de que aquel demonio le estuviera diciendo la verdad no fuera el producto de sus legendarias habilidades para el control mental de los humanos mediante la seducción de altos ideales o bajos instintos.
El murmullo de su pueblo a espaldas de Braco, fue interrumpido por un estallido de ira de Krama, que tan solo pudo descargar su frustración rugiendo ensordecedoramente a la multitud mortal para que guardaran silencio.
-”Me prometes libertad a cambio de luchar para ti. Pero toda una vida bajo el yugo de la esclavitud, me hace confundir rango militar y libertad. ¿Significa lo que me propones, que seremos tus soldados en lugar de vuestros esclavos por el resto de nuestros días y el de nuestros descendientes?”.
-”No Braco. Comprendo mejor que ningún otro demonio, lo que significa para vosotros la futilidad del tiempo. Te propongo que cruces conmigo Exteria comandando mi ejército a mis órdenes hasta el día de tu muerte. Día en que te habrás ganado con toda la sangre que te queda por derramar en tu vida, la libertad de tu pueblo para marchar a donde quiera libre del acoso de Augia, siendo entonces, desde hoy, Bastia, el primero de los pueblos mortales de mi Imperio, y por tanto protegido por mi espada hasta el fin de mis días.”
No había tiempo para consultas ni meditaciones: tenía ante sí el mejor de los tratos que la nación de los demonios le hubiera dado jamás, incluso aunque fuera todo una mentira. No había marcha atrás. Agoth los había regalado a la causa suicida de su hijo bastardo, y más valía tener una libertad falsa en el horizonte, que una miserable existencia bajo el látigo rojo de Augia, incluso, aunque lo único cierto fuese, su propia muerte.
Sin mirar atrás, sin buscar la aprobación de su gente y sin darse un instante para tomar aire, Braco mantuvo la mirada fija en Ópalus, y casi osó desafiar al demonio, prometiendo con el silencio de sus ojos que él mismo lo desmembraría desde el más allá si faltara algún día a su pacto, y finalmente, contestó:
-”Que así sea, Ópalus.” Y arrodillándose como lo hicieran el resto de comandantes, concluyó: -”El orgullo de nuestros padres condenó mi nación. Ópalus Nuba Khan, solo te ruego que el tuyo, no convierta en cenizas a sus hijos.”
Braco se levantó como en verdad el guerrero bastiano que era. Su rostro fulgía una conjugación de orgullo, honor y rabia: el espíritu indómito de Bastia. Era imposible reparar en sus raídas ropas y sus heridas, solo estaba él, el guerrero determinado a devolver a Bastia su libertad, y con ella, venganza. Y se dirigió a su pueblo en un rugido propio de las bestias nobles de Exteria:
-” ¡Bastia!”
Braco desempolvó una antigua tradición para despertar a sus hermanos, y todos en unísono reconocieron el tradicional diálogo entre los líderes bastianos y su pueblo, y contestaron con furor en un profundo y único grito de guerra.
-” ¡Bastia!”
Reclamó hasta tres veces más la contestación de su pueblo, que volvía a gritar con más furia aún, antes de que Braco les dirigiera a su nuevo comandante:
-”¡Ópalus Nuba Khan! ¡Bastia te saluda!”
Desaparecieron los porteadores entre sus propias miradas estupefactas, y los fueron sustituyendo, arrojando la carga al suelo, guerreros que esperaban dormidos en la esclavitud, a un líder. Ópalus sonreía porque Braco, era ese líder, aquella reacción incontenible de la masa, evidenciaba que había escogido la chispa adecuada para despertar la verdadera naturaleza de aquel pueblo olvidado; y sonreía porque su padre no sospechó nunca que aquella corrupta nación que sus aliados le llevaran encadenada hasta La Forja, para trabajar como bestias de carga, escondía en su ennegrecido corazón la vastedad espiritual más insaciable de toda Exteria, transportando en sus danzas y canciones, la semilla perenne del arte de la resistencia más pétrea ante la batalla: en silencio, Bastia había estado esperando que Ópalus, “La Grieta en el Pilar del Este”, se encontrase con Braco “El Espíritu Dormido”.
Braco buscó de nuevo los ojos rojos del demonio en el baño de euforia de su pueblo, y le susurró:
-”No esperes ahora que ninguno de nosotros, vuelva a arrodillarse ante nadie. Ni siquiera ante ti.”
Ópalus, lejos de ofenderse ante la osada promesa del humano, le contestó con tono taimado y sonriente:
-”No espero de los bastianos menos que eso.”