martes, 3 de mayo de 2022

El Ascenso de la Dama Negra


King es un tipo apuesto. No muy diplomático, pero relativamente educado, teniendo en cuenta los tiempos que corren. 


Había traído hasta El Puño de Hierro, que es como llaman al baluarte de Madame, a la mayoría de los presentes: ya fuera por la fuerza, o previa oferta irrechazable. Algunos, sospechosos habituales de la policía, pero muchos de ellos, gente normal y corriente que ha captado muy pronto, que para sobrevivir en un mundo diferente, hay que empezar a actuar de forma diferente.


Pero estos dos tenían algo totalmente nuevo: parecían mucho mejor adaptados a la nueva situación que los demás. Casi se puede decir que se encuentran cómodos teniendo a los demás en una situación de estrés continuo, tal y como parece evidente que ellos han estado entrenados para soportar durante mucho tiempo.


Acaba de caer la noche y los últimos cabellos rojos del sol se dejan peinar por los perfiles de cada pino en el horizonte. Varias decenas de personas más o menos pertrechadas para el combate, pero con la ropa limpia, hacen un gran círculo alrededor de la residencia de su líder, iluminado por un puñado de antorchas y esperando en silencio.


Por fin, King se digna a subir los escalones del porche de la humilde casita y abre la puerta para que una anciana de aspecto entrañable salga sonriendo y saludando agitando graciosamente la mano hacia su público.


Los dos nuevos extraños parecen sorprendidos por el jaleo que provoca la ancianita entre la muchedumbre: vítores, palmas y silbidos enloquecen al gentío, y la señora contesta con el leve sonrojo que su edad le permite a las mejillas labradas por la edad.


King pide silencio muy serio y la gente guarda silencio casi inmediatamente, al tiempo que hincan la rodilla con inusitada solemnidad.


Los nuevos se resisten a arrodillarse a lo que King da un paso al frente indignado, pero la viejecita le insta amablemente a que les deje en paz. [i]“No importa, querido.”[/i]


Cierra los ojos y todos bajan la cabeza. La anciana reza en una lengua mestiza propia de unos cuantos estados al sur y la voz se agrava rebotando entre las paredes del cráneo de los nuevos…

Cuando termina se dirige a su gente con una seriedad inesperada: [i]“Ya sabéis lo que tenéis que hacer. Salid ahí fuera a salvar el mundo”

[/i]

Y borrachos de euforia todos se levantan para aullar y gritar como lobos que salen al paso del olor de una gran presa muy a lo lejos, antes de trotar en dirección a los vehículos que esperan aparcados en perfecto orden como si fueran los caballos de un destacamento listo para el combate.


[i]“Queridos… para vosotros dos, tengo otro trabajo”.[/i]

¿Huir o pelear?



Se escuchan gritos desesperados, perseguidos por bestiales gruñidos lejanos que terminan en silencios intermitentes, solamente interrumpidos por otro eslabón que representa una huida o una lucha, que en ningún caso acaba felizmente.


El pánico se abre camino por las venas, y envenena el corazón, que late como jamás lo había hecho en tu vida. El cerebro no arranca, porque no posee información como combustible para dar respuestas, y el constante bombardeo de gritos en el exterior ha congelado el carburador de tu cabeza.


La angustia casi se siente como el hambre terrible del ayuno impuesto. Tienes que invertir unos segundos de concentración cada cinco minutos, para no vomitar. Una voz en tu cabeza te da una bofetada: ¡busca un arma!


Una ventana de cristal se revienta entre tus sienes... algo está deslizándose por la ventana de la cocina hacia el interior.


El pánico ahoga tu respiración. Lo que parece una sombra de Chuck, tu vecino, está abriendo en canal su abdomen mientras se esfuerza torpemente por arrastrarse a través de la ventana. Su intestino se descuelga desde la tripa, enganchado a uno de los cristales como el cable de un teléfono de pared.


Ya está dentro. Levanta su cara: los ojos grises como los de un pez, y la boca llena de sangre y las heces que alguien llevaba dentro al momento de devorarlo.


Al final no eres tan tonto. Todas estas conclusiones las has sacado tu solito, porque, llegado el momento, el cerebro es capaz de centrarse en lo que de verdad importa.


Ahora es el momento de escoger... ¿Huir o pelear?