Hermano
y Señor mío.
Si
está en tu poder esta misiva que te escribo como tú mismo me ordenaras antes de
emprender tu viaje, significa que mis emisarios te han encontrado en alguna
parte de los desiertos del sur, y sobretodo, que tu misión ha sido un éxito.
Espero que así sea, pues tu vuelta es el único giro que puede resolver en
nuestro favor, la más oscura ecuación calculada para nuestro futuro.
Por
ahora, es imperativo que comiences por lo fundamental, puesto que el resto, lo
encontrarás en el artefacto que deben haberte entregado junto a este escrito. Por
ridículo que parezca, me veo pues obligado a instruirte en lo más elemental
para orientarte en tus primeros pasos de vuelta a este mundo.
En
un principio fueron La Araña y El Demonio. Creadora Ella del mundo y tejedora
de los hilos que mantienen unidas a las cosas: los hilos que mantienen unidas,
por ejemplo, las estrellas entre sí y las cuatro lunas de Visperia a su eje.
Tejedora de las leyes que rigen a mortales e inmortales en este mundo, y en el
mundo que gobierna en silencio, el mundo al que viajamos los mortales cuando
dormimos y que los demonios nunca visitáis, por miedo a sus influjos;
E
impulsor Él de la chispa que hace que todo vibre y se mantenga en constante
movimiento. Como la chispa que encendió nuestro sol, o la que hizo estremecer
la tela que su compañera había tejido para extenderse por todos sus rincones
dando vida a cada cosa. Destructor o escultor, según a quién se rece, que
somete a eterno cambio a mortales e inmortales en este mundo, y en el mundo que
gobierna aún después de haberse marchado de Visperia, el mundo en el que
soñamos despiertos los mortales y que se alimenta de nuestras pasiones más
irracionales.
Amantes
desde el infinito del tiempo, crearon enamorados un lugar donde criar a sus
hijos: Visperia. Y cada uno se deshizo de una parte de sí mismo para dar vida a
las razas que pueblan hoy cada uno de los cuatro continentes conocidos,
heredando estos la esencia de cada uno.
La
Tejedora creo así primero a sus favoritos, los Hombres de Plata, y les hizo
soberanos del mundo del sueño. Creó después a los hombres, a los que concedió
los dones de la pasión, en honor a su amado, la ignorancia de los secretos del
mundo, libertad y juicio, y sobre todo, el don del descanso tras agotar sus días.
Creó también guardianes para cuidar de los regalos que dejó sobre Visperia,
bosques, montañas, bestias y mares, como creara también a seres capaces de
entenderles y romper su soledad hablando con ellos: los Guardianes de Atalia y
las Hermanas de las Lunas. Nacidos de entre los mortales de familias humildes,
sin designios para su nacimiento como seres diferentes que entienda el hombre,
ellos son licántropos feroces que protegen las tierras salvajes, y ellas
sacerdotisas que mientras permanezcan vírgenes poseen el don de tratar con los
espíritus de cada bestia o cosa. Y por último creó a los Dracontes, como un
reflejo de la naturaleza ígnea de su querido y fogoso amante, pueblo
desaparecido hoy, pero que algún día fuera heraldo en batalla de los ejércitos
de Atalia.
Y
a cada uno de estos pueblos les regaló una luna para que regentara su
nacimiento y destinara su existencia.
Por
su parte, el Primo Daemonico, como se le llama hoy en Augia, creó a ocho
criaturas a su imagen y semejanza, y no los limitó de poder, dotados con la
gracia de una voraz curiosidad y una especial sensibilidad para comprender los
mecanismos que rigen el universo, haciéndolos capaces de calcular con precisión
cualquier suceso futuro e influir en el mismo, con suficiente estudio de las premisas
que lo determinan y provocan.
La
Tejedora había creado a todas aquellas criaturas como una celebración de su
eterno amor al Demonio y como un regalo para regocijo de este. Pero la
naturaleza caprichosa, caótica y egoísta del Primo Daemonico cegó su juicio al
corresponder a su amante, y el resultado fue un acto que tan solo pretendía
disipar su aburrimiento y disfrutar experimentando su poder.
Concebidos
para preservar el lugar que ambos crearon para vivir juntos, los primeros
actuaban individualmente de forma natural equilibrando en último término los
actos del resto, pero los demonios que había creado el Primo Daemonico comenzaron
a desprenderse de partes de su ser infinito como lo hiciera su creador, para
imaginar y engendrar toda clase de criaturas que les sirvieran, atendiendo sin
mesura a su naturaleza caótica e indómita y desbaratando por instinto la
armonía pretendida por La Tejedora.
Fueron
poblando así los rincones de Visperia, insuflando en las tierras que cada uno
habitaba su propia naturaleza, transformando los territorios vírgenes sin
moldear aún por los dioses amantes, y naciendo así los cuatro continentes
conocidos y otros más tras sus fronteras, al convertirse la tierra en un
reflejo de sus moradores.
De
poniente a oriente son pues, estos cuatro: Atalia, un gran archipiélago de
tierra rodeado de islas menores de cristal, plagado de bosques y lagunas frías.
Los hombres se extendieron navegando desde allí, por ser los más prolíficos dada
su condición de mortales, a lo largo de lo que hoy llamamos Doralia y Exteria,
cubierto el primero por llanuras verdes y montes, y sepultado bajo un colosal
mar de arena el segundo.
Y
Augia, el continente rojo que te vio nacer. Allí los demonios prendieron en
llamas las nubes para protegerse de la mirada de los Hombres de Cristal desde
el cielo, y su naturaleza inquieta engendró en sus tierras volcanes, páramos y
pantanos plagados de las bestias que habían creado.
La
constante tendencia al caos de los 8 demonios y los demonios menores que habían
engendrado sin control, no tardó en alertar a los Hombres de Plata, que
apelaron ante su madre los actos irresponsables de sus insaciables e
imprevisibles análogos.
Horrorizada
por las criaturas que brotaban de cada rincón al otro lado del mundo y
descorazonada por el egoísmo de su amante, dio permiso a sus hijos para tomar
las medidas que fueran necesarias para contener la entropía impuesta por los
augianos.
Los
Hombres de Cristal se colocaron al mando del resto de razas y los Dracontes,
hombres capaces de transformarse en formidables dragones, se dispusieron al
frente de los ataques marciales contra los demonios.
Recorrieron
toda Visperia las primeras batallas, cuando cada uno de los pueblos aún era
abundante en hermanos. Fueron cruentas las luchas entre tan formidables
criaturas, siendo las primeras creaciones de dos dioses inspirados y poderosos.
En
un principio, los hombres lucharon de parte de Atalia, pero al extenderse mucho
más allá de sus fronteras, no tardaron en convertirse en Hombres Libres, sobre
los que tratarían de influir los Hombres de Plata susurrando sueños al oído
mientras dormían que les llevaran hasta su causa, y por su parte los demonios,
comerciando con el conocimiento que poseían sobre el mundo, enmascarado y
vendido como artes mágicas, atrayendo su lealtad hacía su empresa.
Desgastándose
en número las razas inmortales entre sí, poco a poco solo fueron quedando los
hombres para librar sus batallas. Y cada vez fue más indirecta la lucha entre
Augia y Atalia, los continentes más alejados entre sí. Aún hoy sigue la
contienda tras largos períodos de aparente calma, pues son tan sinuosos los
hilos de los adversarios inmortales, que la inagotable lucha de poder parece
ausente.
La
Tejedora fue cayendo en su amargura y cosió un capullo de silencio en el que se
esconde ajena al destino del mundo, y el Primo Daemonico desapareció de
Visperia dejando un rastro de conjeturas sobre lo que le llevó a abandonarlo.
Solo
quedaron sus hijos para continuar el forcejeo incansable entre el equilibrio y
el caos.
Pero
uno de los Señores de Augia rompió abruptamente el estado de guerra latente
justo después de la desaparición del Primo Daemonico. Acogió a un pueblo del
continente helado y desconocido del norte, hostigado allí casi hasta el
exterminio para desposar a su Reina Bruja, Athra Nuba Nihil, tu madre, y usar
el poder de aquellos, los Hijos de la Niebla como arma contra sus enemigos.
Atrajo
su atención sobre este pueblo el poder que se dice poseían: el control sobre la
Niebla, materia que gobierna la memoria. Los demonios se alimentan y existen
realmente en las pasiones y la imaginación de Visperia, y garantiza su
existencia por tanto, el recuerdo que sobre ellos persista. Aunque su forma
material sea consumida ellos podrán ser invocados a menos que sean devoradas
sus esencias u olvidadas por el mundo.
Desoyó
a los matemáticos de las Abadías Augianas, que predecían en sus ecuaciones
universales el principio de una nueva era desastrosa para Augia si nacía de
aquella bruja un medio demonio, engendrado por este Señor de Augia, Agoth Nar
Khan, Señor de la Ira. Llamaron a este cálculo “la grieta en el pilar de
oriente”.
Su
plan era evitar preñarla y usar su poder para desequilibrar la balanza. Pero el
primer golpe no fue contra Atalia, no. Sino contra su propia nación, devorando
a uno de sus hermanos y acrecentando su poder ilimitado.
Después
cubrió con la Niebla de la Reina Bruja la luna regente de los Dracontes,
debilitándolos hasta su desaparición y agotando el poder de su esposa.
Siendo
ella consciente de que no seguiría siendo útil a Agoth, y que la aniquilación
de los hermanos que le quedaban era inminente, ideó un ardid para cegar a su
esposo emborrachándolo de pasiones humanas abriéndole una mirada al eco
enraizado en la memoria de Visperia del terror de los hombres que habían
perecido en guerra contra los demonios, para hacerse preñar.
No
necesito darte detalles sobre lo que acontecería después, pues todo está
descrito en el artefacto del que se te ha hecho entrega junto con este mensaje.
Es imperativo que lo estudies en detalle durante tu viaje de vuelta, y que
llegues cuanto antes.
Se
levantan aires de guerra y la tierra clama por más sangre. Aquí te espera un
ejército por comandar.
Que
tu voluntad siga sin ser doblegada y que vuelvas a salvo, hermano y señor mio.