martes, 3 de mayo de 2022

El Ascenso de la Dama Negra


King es un tipo apuesto. No muy diplomático, pero relativamente educado, teniendo en cuenta los tiempos que corren. 


Había traído hasta El Puño de Hierro, que es como llaman al baluarte de Madame, a la mayoría de los presentes: ya fuera por la fuerza, o previa oferta irrechazable. Algunos, sospechosos habituales de la policía, pero muchos de ellos, gente normal y corriente que ha captado muy pronto, que para sobrevivir en un mundo diferente, hay que empezar a actuar de forma diferente.


Pero estos dos tenían algo totalmente nuevo: parecían mucho mejor adaptados a la nueva situación que los demás. Casi se puede decir que se encuentran cómodos teniendo a los demás en una situación de estrés continuo, tal y como parece evidente que ellos han estado entrenados para soportar durante mucho tiempo.


Acaba de caer la noche y los últimos cabellos rojos del sol se dejan peinar por los perfiles de cada pino en el horizonte. Varias decenas de personas más o menos pertrechadas para el combate, pero con la ropa limpia, hacen un gran círculo alrededor de la residencia de su líder, iluminado por un puñado de antorchas y esperando en silencio.


Por fin, King se digna a subir los escalones del porche de la humilde casita y abre la puerta para que una anciana de aspecto entrañable salga sonriendo y saludando agitando graciosamente la mano hacia su público.


Los dos nuevos extraños parecen sorprendidos por el jaleo que provoca la ancianita entre la muchedumbre: vítores, palmas y silbidos enloquecen al gentío, y la señora contesta con el leve sonrojo que su edad le permite a las mejillas labradas por la edad.


King pide silencio muy serio y la gente guarda silencio casi inmediatamente, al tiempo que hincan la rodilla con inusitada solemnidad.


Los nuevos se resisten a arrodillarse a lo que King da un paso al frente indignado, pero la viejecita le insta amablemente a que les deje en paz. [i]“No importa, querido.”[/i]


Cierra los ojos y todos bajan la cabeza. La anciana reza en una lengua mestiza propia de unos cuantos estados al sur y la voz se agrava rebotando entre las paredes del cráneo de los nuevos…

Cuando termina se dirige a su gente con una seriedad inesperada: [i]“Ya sabéis lo que tenéis que hacer. Salid ahí fuera a salvar el mundo”

[/i]

Y borrachos de euforia todos se levantan para aullar y gritar como lobos que salen al paso del olor de una gran presa muy a lo lejos, antes de trotar en dirección a los vehículos que esperan aparcados en perfecto orden como si fueran los caballos de un destacamento listo para el combate.


[i]“Queridos… para vosotros dos, tengo otro trabajo”.[/i]

¿Huir o pelear?



Se escuchan gritos desesperados, perseguidos por bestiales gruñidos lejanos que terminan en silencios intermitentes, solamente interrumpidos por otro eslabón que representa una huida o una lucha, que en ningún caso acaba felizmente.


El pánico se abre camino por las venas, y envenena el corazón, que late como jamás lo había hecho en tu vida. El cerebro no arranca, porque no posee información como combustible para dar respuestas, y el constante bombardeo de gritos en el exterior ha congelado el carburador de tu cabeza.


La angustia casi se siente como el hambre terrible del ayuno impuesto. Tienes que invertir unos segundos de concentración cada cinco minutos, para no vomitar. Una voz en tu cabeza te da una bofetada: ¡busca un arma!


Una ventana de cristal se revienta entre tus sienes... algo está deslizándose por la ventana de la cocina hacia el interior.


El pánico ahoga tu respiración. Lo que parece una sombra de Chuck, tu vecino, está abriendo en canal su abdomen mientras se esfuerza torpemente por arrastrarse a través de la ventana. Su intestino se descuelga desde la tripa, enganchado a uno de los cristales como el cable de un teléfono de pared.


Ya está dentro. Levanta su cara: los ojos grises como los de un pez, y la boca llena de sangre y las heces que alguien llevaba dentro al momento de devorarlo.


Al final no eres tan tonto. Todas estas conclusiones las has sacado tu solito, porque, llegado el momento, el cerebro es capaz de centrarse en lo que de verdad importa.


Ahora es el momento de escoger... ¿Huir o pelear?

martes, 4 de mayo de 2021

De la que nunca nos atrevemos a hablar


 

Siempre reclamo la memoria de mi padre: Don Enrique. Para todos, siempre fue Don Enrique... en su nombre cometí pecados que mi padre no me hubiera perdonado. En su nombre dirigí al suicidio a marineros convencidos de su estampa hasta el fin del mundo, sin conocerle, y sin saber que mis palabras eran una interpretación equivocada de sus mapas hasta El Dorado. Miro mis manos ahora, repletas de llagas tirando de velas quijotescas en insolente respuesta a la tormenta, y me doy cuenta de que no hago más que hablar de él, cuando sin ella, ni siquiera él, tan irrepetible capitán, hubiera sido menos que nada; porque Don Enrique no era más que por suerte el capitán, de un navío legendario llamado Ana María.

"Mamá". Pronuncio en la cabeza las dos primeras sílabas que aprendemos a balbucear y más tarde a escribir en un cuadernillo rubio, y antes de convertirla en ese concepto lleno de poder y legado, ya estoy empapado en llanto.

Siento tanta vergüenza, dejándome arrastrar por la corriente... Es tan difícil, dar forma en palabras a la explosión infinita de luz que provocabas con cualquiera de los miles de los gestos humildes que se agolpan en mi memoria exigiendo ser recordados como épicos ladrillos que cimentaran la vida de tantos a kilómetros de ti...

Será mejor que tome un respiro... siento la enorme responsabilidad de expresar de forma aproximada lo que deberíais sentir al cabalgar mis palabras, los que vais a leer esto; ojalá mi tinta esté a la altura de vuestros recuerdos, os pido disculpas, porque seguro que me voy a quedarme corto… Entended la responsabilidad que siento. Voy a intentarlo. Tengo que intentarlo…

Fue, la madre de todo mi barrio. De mis amigos. De mis cuñados. Fue el azúcar que seducía a todos los que no soportaban a su marido. Era la que permitía que mis tías y sus maridos, soportaran a su hermano y cuñado. Era la que nos hacía los disfraces a mí y a mis amigos. A aquellos que no tenían madre para coserles una puta vez al año. Era la madre de los niños que no le gustaba que jugaran conmigo, pero que no podía permitirse el lujo de no abrirles su inagotable pecho, confiando en que todos éramos juguetes rotos que nos recogíamos unos a otros por el camino (Alejandro, el abuelo que nunca disfruté, a cambio de una madre, y espero no ofenderte con esto, lo sabes).

Llenaba de luz cualquier calle de un pueblo TAN PEQUEÑO Y MEZQUINO, que solo ella, era capaz de henchir de orgullo, cargada de bolsas de plástico con el meñique, regateando en el mercado, y siendo la duda de las marujas mejor casadas del pueblo: recuerdo el mercado de Baza, esos dueños de puestos gritándole ¡¡“RUBIA”!! Porque sabían que por mucho que ella se lo pusiera difícil, llegarían señoras a ver qué tanto la “rubia” miraba en sus puestos, y llenando sus bolsillos de lo que ella se los hubiera vaciado.

Mágica. Gitana. Ambiciosa… De haber nacido en otros tiempos, hubiera gobernado a los más audaces. Y Enrique ganó mucho pan para sus hijos, encandilando a tipos mucho más capaces que él, paseando aquella percha venida de otro puto mundo, pero nacida en Cuevas, y que nadie se preocupaba por entender, rendidos a su encanto.

La recuerdo frente a aquella estufa vieja y peligrosa, acompañada de aquel gato que tanto aprendió a querer como su niño del alma, después de rechazarlo sin descanso. La recuerdo tanto… y sin embargo, me avergüenzo de recordarla, como casi nadie se atreve a hablar de ella, porque sabemos que era el cemento en la sangre, que no tenemos ni idea de cómo defender.

Nadie se atreve a hablar de ella. Qué lástima. Porque era el origen de toda nuestra fuerza, y ahora el pozo, de nuestros desencantos. Esa risa torcida por su amor descarnado. Ese olor cuando le ayudaba a quitarse las botas de cuero que con tantas varices estaba dispuesta a defender.

Cuantos hombros anónimos se agolparon para cargar su ataúd. Cuantas envidias hicieron un nudo en el estómago, avergonzadas el día en que las campanas de Baza no pararon de replicar.

Le hubieras dado tanto a mi hijo. A tu nieto… Nos sentimos tan incapaces de transmitir tu cariño, tu inteligencia, tu astucia… por eso no nos atrevemos a hablar de ti. Yo me siento en la obligación de intentarlo. Porque tus palabras fueron las que me sacaron adelante, cuando estaba a punto de morir con menos de un año. Y mírame… apenas he cumplido. Pero te juro que lo intento. Te juro, que no voy a permitir que después de mil malas decisiones, la que haga una y mil, arruine tu trabajo.

Gracias mamá, por ser mi madre y la de otros tantos. De ser a duras penas, un espejismo de los que nos vayan conociendo. Perdóname, por errar, pero no dejes de guiar los pasos que no soy capaz de dar. A partir de hoy, te juro que no volveré a dejar que la vergüenza me impida seguir manteniendo vivo el recuerdo de tu estampa.

Mágica, gitana y ambiciosa. Todos tus hijos, de sangre o atraídos a tus pasos, somos lo que somos hoy, gracias a dejarte caer por nuestro barrio.

No somos nada si no nos cuidas. Hablo sin permiso en nombre de todos: sigue cuidándonos. 


viernes, 22 de marzo de 2013

Pasad a mi taller

Como algunos sabéis, en estos momentos me encuentro muy implicado en un relato fantástico que dio sus primeros pasos en una actividad colectiva (Crónicas del Laberinto del Cenit), que inicié en internet hace años y que quedó aparcada por dedicar mi atención a La Ciudad de los Hombres Huecos (libro en etapa final, pero que no ha encontrado aún padrino para ser comercializado).
Quiero hablaros de mi experiencia con este género, y al final del post, os pediré algo de ayuda a los que estéis dispuestos a brindármela y a cambio voy a tratar de haceros partícipes de mi trabajo.
El desarrollo de un relato fantástico posee cualidades muy especiales que lo alejan en mucho de la creación de una historia de cualquier otro género.
Cuando te sientas a escribir un relato de novela negra, por ejemplo, ha surgido un chispazo en forma de personaje, escena, detalle o diálogo poderosos que valen la pena explotar. Con un poco de experiencia en esto, aplicas algunos trucos que van puliendo la idea, como un giro de efecto, información morbosa o que pueda ser de interés para el lector, una forma “x” de conformar la narración para hacerla absorbente… mil técnicas como las que pueda conocer un pintor para llegar a una forma completa de lo que comenzó como una buena idea para lucirte en unas cuantas páginas.
Si se trata de una novela o relato más largo, bueno, la cosa se complica porque tienes que estirar esas técnicas o abundar en ellas para hacer que tu historia sea adictiva, creíble y que no pierda la fuerza de una sencilla buena idea durante un buen puñado de páginas. Es decir, esa idea tiene que convertirse en una gran historia para que necesite unas horas de lectura en ser descubierta.
Pero con la fantasía pasa algo muy diferente, y quizá por eso se le llame fantasía. Porque se alimenta de ese combustible tan inflamable que hace arder nuestras ilusiones en un mundo demasiado real. Entonces, la idea no se trabaja, sino que es una semilla que se planta y cuida en espera de que crezca por sí sola. Y con suficiente cariño y paciencia, brota como un torrente inagotable si la semilla es lo suficientemente fuerte y el suelo en la que la plantas es fértil.
No me canso de repetir, que en el caso de este proyecto, la sensación al sentarse a escribir es la de estar tratando de describir una película que alguien va proyectando en tu cabeza, como si la autoría de la historia no te perteneciera, porque brota sin control, sin premeditación. Lo que trato de explicar parece tópico o cursi, pero os prometo que es lo que siento cuando estoy con esto, y lo que me hace disfrutarlo tanto: descubrir la historia como la descubriría cualquiera que la lea después de que yo trate de traducir las imágenes que se agolpan como un susurro de una historia con voz propia.
Por supuesto, existían desde un principio unas nociones básicas del periplo que los personajes recorrerían, pasajes o escenas clave que debían encajar en alguna parte, los personajes en sí, al menos los más importantes, pero en general se trata de la creación de piezas tan poderosas por sí mismas de un puzle infinito, que se convierten en fuentes desde las que van surgiendo otras piezas que no dejan de amontonarse sobre la mesa.
Es cuando llega la gran diferencia con el resto de géneros. En lugar de ir planeando el curso de la historia linealmente, resulta mucho más provechoso crear un escenario sin reparar en esfuerzos a la hora de ofrecer detalles sobre el mismo. Plantar las bases.
Después, ya te contaran tus personajes qué buscan en cada momento. Sus orígenes, sus objetivos, sus temores, todo se extiende y conecta casi automáticamente si el escenario es producto de un trabajo completo y concienzudo hasta dar sentido a ese montón de piezas inconexas.
De tal modo, en este caso, la primera fase de creación para el Diario de un Demonio (el título no está nada claro), se ha basado en plantar las semillas en espera de recoger la cosecha. De hecho, durante este proceso, ya ha surgido por sí misma la posibilidad de continuar la historia con uno o dos tomos más en un futuro.
Una vez confeccionado un mapa (no hay historia de fantasía digna sin un mapa que se precie), el esbozo de los principales personajes y culturas que lo pueblan y un “génesis” que justifique su existencia, viene la parte más divertida y fascinante: dejar que las notas de la canción la compongan sin intervenir más que lo necesario para que la interpretación esté a la altura de su esencia.
La imagen que os adjunto es un ejemplo de lo que os hablo.

Y ahora es cuando os pido ayuda. Si habéis leído las entradas de Extravagancia que hacen referencia a este proyecto (Crónicas del Laberinto del Cenit, La Bestia, Cuento de Hadas para Adultos), y ha despertado en algo vuestro interés, pongo a vuestra disposición un blog privado al respecto, para que podáis disfrutar de las herramientas de trabajo previo y la historia en sí en tiempo real, y que podamos discutir los detalles de la misma.
Esto me interesa especialmente, porque quiero que sea una historia que todo el mundo pueda disfrutar, y que tanto personas acostumbradas al género puedan ver satisfechas sus exigentes expectativas, como los que no lo estén tanto puedan ayudarme a hacerla más accesible través de sus sugerencias o consultas.
Es privado, porque os invito a mi taller en tiempo real y no puede ser a puertas abiertas por motivos obvios, pero sería para mí un placer compartir este trabajo desde el principio en petit comité si quisierais acompañarme.
Así que por favor, enviadme un correo a mayorlaso@yahoo.es con la dirección de la cuenta que quereis asociar al blog o indicadmelo aquí mismo comentando el post. Inmediatamente yo os mandaré una invitación para poder disfrutar del trabajo entre bastidores. Solo teneis que aceptarla y ya podreis entrar.
Muchas gracias y un fuerte abrazo.


Hermano y Señor mío



Hermano y Señor mío.
Si está en tu poder esta misiva que te escribo como tú mismo me ordenaras antes de emprender tu viaje, significa que mis emisarios te han encontrado en alguna parte de los desiertos del sur, y sobretodo, que tu misión ha sido un éxito. Espero que así sea, pues tu vuelta es el único giro que puede resolver en nuestro favor, la más oscura ecuación calculada para nuestro futuro.
Por ahora, es imperativo que comiences por lo fundamental, puesto que el resto, lo encontrarás en el artefacto que deben haberte entregado junto a este escrito. Por ridículo que parezca, me veo pues obligado a instruirte en lo más elemental para orientarte en tus primeros pasos de vuelta a este mundo.
En un principio fueron La Araña y El Demonio. Creadora Ella del mundo y tejedora de los hilos que mantienen unidas a las cosas: los hilos que mantienen unidas, por ejemplo, las estrellas entre sí y las cuatro lunas de Visperia a su eje. Tejedora de las leyes que rigen a mortales e inmortales en este mundo, y en el mundo que gobierna en silencio, el mundo al que viajamos los mortales cuando dormimos y que los demonios nunca visitáis, por miedo a sus influjos;
E impulsor Él de la chispa que hace que todo vibre y se mantenga en constante movimiento. Como la chispa que encendió nuestro sol, o la que hizo estremecer la tela que su compañera había tejido para extenderse por todos sus rincones dando vida a cada cosa. Destructor o escultor, según a quién se rece, que somete a eterno cambio a mortales e inmortales en este mundo, y en el mundo que gobierna aún después de haberse marchado de Visperia, el mundo en el que soñamos despiertos los mortales y que se alimenta de nuestras pasiones más irracionales.
Amantes desde el infinito del tiempo, crearon enamorados un lugar donde criar a sus hijos: Visperia. Y cada uno se deshizo de una parte de sí mismo para dar vida a las razas que pueblan hoy cada uno de los cuatro continentes conocidos, heredando estos la esencia de cada uno.
La Tejedora creo así primero a sus favoritos, los Hombres de Plata, y les hizo soberanos del mundo del sueño. Creó después a los hombres, a los que concedió los dones de la pasión, en honor a su amado, la ignorancia de los secretos del mundo, libertad y juicio, y sobre todo, el don del descanso tras agotar sus días. Creó también guardianes para cuidar de los regalos que dejó sobre Visperia, bosques, montañas, bestias y mares, como creara también a seres capaces de entenderles y romper su soledad hablando con ellos: los Guardianes de Atalia y las Hermanas de las Lunas. Nacidos de entre los mortales de familias humildes, sin designios para su nacimiento como seres diferentes que entienda el hombre, ellos son licántropos feroces que protegen las tierras salvajes, y ellas sacerdotisas que mientras permanezcan vírgenes poseen el don de tratar con los espíritus de cada bestia o cosa. Y por último creó a los Dracontes, como un reflejo de la naturaleza ígnea de su querido y fogoso amante, pueblo desaparecido hoy, pero que algún día fuera heraldo en batalla de los ejércitos de Atalia.
Y a cada uno de estos pueblos les regaló una luna para que regentara su nacimiento y destinara su existencia.
Por su parte, el Primo Daemonico, como se le llama hoy en Augia, creó a ocho criaturas a su imagen y semejanza, y no los limitó de poder, dotados con la gracia de una voraz curiosidad y una especial sensibilidad para comprender los mecanismos que rigen el universo, haciéndolos capaces de calcular con precisión cualquier suceso futuro e influir en el mismo, con suficiente estudio de las premisas que lo determinan y provocan.  
La Tejedora había creado a todas aquellas criaturas como una celebración de su eterno amor al Demonio y como un regalo para regocijo de este. Pero la naturaleza caprichosa, caótica y egoísta del Primo Daemonico cegó su juicio al corresponder a su amante, y el resultado fue un acto que tan solo pretendía disipar su aburrimiento y disfrutar experimentando su poder.
Concebidos para preservar el lugar que ambos crearon para vivir juntos, los primeros actuaban individualmente de forma natural equilibrando en último término los actos del resto, pero los demonios que había creado el Primo Daemonico comenzaron a desprenderse de partes de su ser infinito como lo hiciera su creador, para imaginar y engendrar toda clase de criaturas que les sirvieran, atendiendo sin mesura a su naturaleza caótica e indómita y desbaratando por instinto la armonía pretendida por La Tejedora.
Fueron poblando así los rincones de Visperia, insuflando en las tierras que cada uno habitaba su propia naturaleza, transformando los territorios vírgenes sin moldear aún por los dioses amantes, y naciendo así los cuatro continentes conocidos y otros más tras sus fronteras, al convertirse la tierra en un reflejo de sus moradores.
De poniente a oriente son pues, estos cuatro: Atalia, un gran archipiélago de tierra rodeado de islas menores de cristal, plagado de bosques y lagunas frías. Los hombres se extendieron navegando desde allí, por ser los más prolíficos dada su condición de mortales, a lo largo de lo que hoy llamamos Doralia y Exteria, cubierto el primero por llanuras verdes y montes, y sepultado bajo un colosal mar de arena el segundo.
Y Augia, el continente rojo que te vio nacer. Allí los demonios prendieron en llamas las nubes para protegerse de la mirada de los Hombres de Cristal desde el cielo, y su naturaleza inquieta engendró en sus tierras volcanes, páramos y pantanos plagados de las bestias que habían creado.
La constante tendencia al caos de los 8 demonios y los demonios menores que habían engendrado sin control, no tardó en alertar a los Hombres de Plata, que apelaron ante su madre los actos irresponsables de sus insaciables e imprevisibles análogos.
Horrorizada por las criaturas que brotaban de cada rincón al otro lado del mundo y descorazonada por el egoísmo de su amante, dio permiso a sus hijos para tomar las medidas que fueran necesarias para contener la entropía impuesta por los augianos.
Los Hombres de Cristal se colocaron al mando del resto de razas y los Dracontes, hombres capaces de transformarse en formidables dragones, se dispusieron al frente de los ataques marciales contra los demonios.
Recorrieron toda Visperia las primeras batallas, cuando cada uno de los pueblos aún era abundante en hermanos. Fueron cruentas las luchas entre tan formidables criaturas, siendo las primeras creaciones de dos dioses inspirados y poderosos.
En un principio, los hombres lucharon de parte de Atalia, pero al extenderse mucho más allá de sus fronteras, no tardaron en convertirse en Hombres Libres, sobre los que tratarían de influir los Hombres de Plata susurrando sueños al oído mientras dormían que les llevaran hasta su causa, y por su parte los demonios, comerciando con el conocimiento que poseían sobre el mundo, enmascarado y vendido como artes mágicas, atrayendo su lealtad hacía su empresa.
Desgastándose en número las razas inmortales entre sí, poco a poco solo fueron quedando los hombres para librar sus batallas. Y cada vez fue más indirecta la lucha entre Augia y Atalia, los continentes más alejados entre sí. Aún hoy sigue la contienda tras largos períodos de aparente calma, pues son tan sinuosos los hilos de los adversarios inmortales, que la inagotable lucha de poder parece ausente.
La Tejedora fue cayendo en su amargura y cosió un capullo de silencio en el que se esconde ajena al destino del mundo, y el Primo Daemonico desapareció de Visperia dejando un rastro de conjeturas sobre lo que le llevó a abandonarlo.
Solo quedaron sus hijos para continuar el forcejeo incansable entre el equilibrio y el caos.     
Pero uno de los Señores de Augia rompió abruptamente el estado de guerra latente justo después de la desaparición del Primo Daemonico. Acogió a un pueblo del continente helado y desconocido del norte, hostigado allí casi hasta el exterminio para desposar a su Reina Bruja, Athra Nuba Nihil, tu madre, y usar el poder de aquellos, los Hijos de la Niebla como arma contra sus enemigos.
Atrajo su atención sobre este pueblo el poder que se dice poseían: el control sobre la Niebla, materia que gobierna la memoria. Los demonios se alimentan y existen realmente en las pasiones y la imaginación de Visperia, y garantiza su existencia por tanto, el recuerdo que sobre ellos persista. Aunque su forma material sea consumida ellos podrán ser invocados a menos que sean devoradas sus esencias u olvidadas por el mundo.
Desoyó a los matemáticos de las Abadías Augianas, que predecían en sus ecuaciones universales el principio de una nueva era desastrosa para Augia si nacía de aquella bruja un medio demonio, engendrado por este Señor de Augia, Agoth Nar Khan, Señor de la Ira. Llamaron a este cálculo “la grieta en el pilar de oriente”.
Su plan era evitar preñarla y usar su poder para desequilibrar la balanza. Pero el primer golpe no fue contra Atalia, no. Sino contra su propia nación, devorando a uno de sus hermanos y acrecentando su poder ilimitado.
Después cubrió con la Niebla de la Reina Bruja la luna regente de los Dracontes, debilitándolos hasta su desaparición y agotando el poder de su esposa.
Siendo ella consciente de que no seguiría siendo útil a Agoth, y que la aniquilación de los hermanos que le quedaban era inminente, ideó un ardid para cegar a su esposo emborrachándolo de pasiones humanas abriéndole una mirada al eco enraizado en la memoria de Visperia del terror de los hombres que habían perecido en guerra contra los demonios, para hacerse preñar.
  No necesito darte detalles sobre lo que acontecería después, pues todo está descrito en el artefacto del que se te ha hecho entrega junto con este mensaje. Es imperativo que lo estudies en detalle durante tu viaje de vuelta, y que llegues cuanto antes.
Se levantan aires de guerra y la tierra clama por más sangre. Aquí te espera un ejército por comandar.
Que tu voluntad siga sin ser doblegada y que vuelvas a salvo, hermano y señor mio.

jueves, 1 de diciembre de 2011

La Bestia

Entre cada bocanada de aire, escuchaba un estruendo en las copas de los árboles a su izquierda y cuando esos sonidos cambiaban de costado, procuraba variar su rumbo, para que cuando tuviera que enfrentar a la criatura, encontrara su espada en la diestra, y poder ser así, más preciso.

A pesar de haber cargado aquella armadura por una eternidad, ya llevaba más de lo deseado esquivando al gigantesco animal, y su torso sangraba a un costado, justo cuando comenzó a huir. En verdad, la zarpa de la bestia, podría haberlo partido en dos, si hubiera sido más lento en su finta.

De pronto los ruidos en lo alto se apagaron, y Alsuf se vio obligado a cesar su huida. Ahora lo estaban acechando y era momento de escuchar con el alma.

Podía sentir los ojos de la criatura, clavados en su espalda, pero también podía sentir la furia que la impulsaba, cegando su razón, y haciendo sencillo el engaño.

Alsuf, estiró los nudillos de su guante metálico y carcomido, para abrazar la empuñadura de su espada, con mayor ajuste a su mano, y mantuvo la posición, relajando su respiración.

Sentía al animal desplazarse lentamente, saboreando el momento en que despedazaría al comandante. Podía sentir la dirección en la que se encontraba. Podía sentir el hambre en su interior, y la codicia que trataba de cazar su espíritu.

Un crujido sobresaltó la escena. Alsuf aplastó deliberadamente el humus a sus pies, para hacer a la bestia reaccionar y lanzarla contra él. Esa era la esencia de la batalla, manipular y provocar los movimientos del adversario para así poderlos controlar.

Una sombra de unos tres metros de altura se abalanzó contra él desde la espesura arbórea para tratar de engullirlo de un solo bocado. Alsuf, logró esquivar al animal y dejar la huella de su espada en su pecho, escabulléndose por debajo de la criatura, que bramó encolerizada por el paso en falso.

La bestia de ojos rojos y pelaje tan oscuro como las insondables historias de su región natal, volvieron a la carga y esta vez, Alsuf esperaba de frente el ataque, con la empuñadura de su espada tras de sí, y la hoja horizontal al suelo a la altura de su cadera, en dirección a la bestia.

De un solo tajo atravesó al animal al revés de cómo este lo esperaba: Alsuf describió un arco con la punta de la espada en el aire, girando sobre sí para esquivar al animal y sus defensas con su propia espalda, y hundir el filo negro del arma en el lomo del animal. Pero la altura del ataque, si bien tulló al animal definitivamente, no pretendía matarlo.

Entre gemidos de la bestia y sus últimos y patéticos intentos por dañar al comandante, sin poder levantar sus zarpas del suelo, Alsuf liberó su espada de las carnes del animal, provocando un infernal aullido, perdido en la noche, en el interior de aquel espeso bosque.

Ahora, debía elegir entre cumplir los designios de su Señor, medio siglo después de abandonarlo a su suerte con aquel demonio recién nacido, o dejar vivir a Ópalus para enseñarle a controlar su naturaleza demoníaca.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Oda a Ravel



Los veréis atender delicadamente a su reclamo. Justo cuando absortos en yunques, pucheros y labranza, la cálida caricia del olor a madre de sus pueblos susurren insurgencia contenida en su corazón.

Y uno a uno irán abandonando sus casas, dejando atrás a queridos y ajenos, pero precisamente, será al hogar, su hogar, al que comiencen a marchar. Centurias de ellos. Compañías enteras y no tropeles, armadas con curiosidad y benevolencia de nostálgicos recuerdos de juegos de infancia.

Los adoquines soportarán congratulados el ritmo de sus pasos inocentes, pero cargados con las más resueltas intenciones, intenciones que serán para muchos, malas intenciones. Pero lo serán solo para aquellos que no pueden escuchar su delicado reclamo, aquellos que se dedicaron a cebar sus indecentes egos con los sueños e ilusiones de otros. 

Será para ellos la peor de las pesadillas, el peor temor del mal pastor: su dócil rebaño convertido en un magnífico ejército de corderos dispuestos a pedir cuentas sobre la lana que tantas veces les fue esquilada.

Y cuando ella se levante y grite “¡Al loco, al loco!” Él tan solo podrá contestar: “Ella lo ha comprendido.”