viernes, 22 de marzo de 2013

Hermano y Señor mío



Hermano y Señor mío.
Si está en tu poder esta misiva que te escribo como tú mismo me ordenaras antes de emprender tu viaje, significa que mis emisarios te han encontrado en alguna parte de los desiertos del sur, y sobretodo, que tu misión ha sido un éxito. Espero que así sea, pues tu vuelta es el único giro que puede resolver en nuestro favor, la más oscura ecuación calculada para nuestro futuro.
Por ahora, es imperativo que comiences por lo fundamental, puesto que el resto, lo encontrarás en el artefacto que deben haberte entregado junto a este escrito. Por ridículo que parezca, me veo pues obligado a instruirte en lo más elemental para orientarte en tus primeros pasos de vuelta a este mundo.
En un principio fueron La Araña y El Demonio. Creadora Ella del mundo y tejedora de los hilos que mantienen unidas a las cosas: los hilos que mantienen unidas, por ejemplo, las estrellas entre sí y las cuatro lunas de Visperia a su eje. Tejedora de las leyes que rigen a mortales e inmortales en este mundo, y en el mundo que gobierna en silencio, el mundo al que viajamos los mortales cuando dormimos y que los demonios nunca visitáis, por miedo a sus influjos;
E impulsor Él de la chispa que hace que todo vibre y se mantenga en constante movimiento. Como la chispa que encendió nuestro sol, o la que hizo estremecer la tela que su compañera había tejido para extenderse por todos sus rincones dando vida a cada cosa. Destructor o escultor, según a quién se rece, que somete a eterno cambio a mortales e inmortales en este mundo, y en el mundo que gobierna aún después de haberse marchado de Visperia, el mundo en el que soñamos despiertos los mortales y que se alimenta de nuestras pasiones más irracionales.
Amantes desde el infinito del tiempo, crearon enamorados un lugar donde criar a sus hijos: Visperia. Y cada uno se deshizo de una parte de sí mismo para dar vida a las razas que pueblan hoy cada uno de los cuatro continentes conocidos, heredando estos la esencia de cada uno.
La Tejedora creo así primero a sus favoritos, los Hombres de Plata, y les hizo soberanos del mundo del sueño. Creó después a los hombres, a los que concedió los dones de la pasión, en honor a su amado, la ignorancia de los secretos del mundo, libertad y juicio, y sobre todo, el don del descanso tras agotar sus días. Creó también guardianes para cuidar de los regalos que dejó sobre Visperia, bosques, montañas, bestias y mares, como creara también a seres capaces de entenderles y romper su soledad hablando con ellos: los Guardianes de Atalia y las Hermanas de las Lunas. Nacidos de entre los mortales de familias humildes, sin designios para su nacimiento como seres diferentes que entienda el hombre, ellos son licántropos feroces que protegen las tierras salvajes, y ellas sacerdotisas que mientras permanezcan vírgenes poseen el don de tratar con los espíritus de cada bestia o cosa. Y por último creó a los Dracontes, como un reflejo de la naturaleza ígnea de su querido y fogoso amante, pueblo desaparecido hoy, pero que algún día fuera heraldo en batalla de los ejércitos de Atalia.
Y a cada uno de estos pueblos les regaló una luna para que regentara su nacimiento y destinara su existencia.
Por su parte, el Primo Daemonico, como se le llama hoy en Augia, creó a ocho criaturas a su imagen y semejanza, y no los limitó de poder, dotados con la gracia de una voraz curiosidad y una especial sensibilidad para comprender los mecanismos que rigen el universo, haciéndolos capaces de calcular con precisión cualquier suceso futuro e influir en el mismo, con suficiente estudio de las premisas que lo determinan y provocan.  
La Tejedora había creado a todas aquellas criaturas como una celebración de su eterno amor al Demonio y como un regalo para regocijo de este. Pero la naturaleza caprichosa, caótica y egoísta del Primo Daemonico cegó su juicio al corresponder a su amante, y el resultado fue un acto que tan solo pretendía disipar su aburrimiento y disfrutar experimentando su poder.
Concebidos para preservar el lugar que ambos crearon para vivir juntos, los primeros actuaban individualmente de forma natural equilibrando en último término los actos del resto, pero los demonios que había creado el Primo Daemonico comenzaron a desprenderse de partes de su ser infinito como lo hiciera su creador, para imaginar y engendrar toda clase de criaturas que les sirvieran, atendiendo sin mesura a su naturaleza caótica e indómita y desbaratando por instinto la armonía pretendida por La Tejedora.
Fueron poblando así los rincones de Visperia, insuflando en las tierras que cada uno habitaba su propia naturaleza, transformando los territorios vírgenes sin moldear aún por los dioses amantes, y naciendo así los cuatro continentes conocidos y otros más tras sus fronteras, al convertirse la tierra en un reflejo de sus moradores.
De poniente a oriente son pues, estos cuatro: Atalia, un gran archipiélago de tierra rodeado de islas menores de cristal, plagado de bosques y lagunas frías. Los hombres se extendieron navegando desde allí, por ser los más prolíficos dada su condición de mortales, a lo largo de lo que hoy llamamos Doralia y Exteria, cubierto el primero por llanuras verdes y montes, y sepultado bajo un colosal mar de arena el segundo.
Y Augia, el continente rojo que te vio nacer. Allí los demonios prendieron en llamas las nubes para protegerse de la mirada de los Hombres de Cristal desde el cielo, y su naturaleza inquieta engendró en sus tierras volcanes, páramos y pantanos plagados de las bestias que habían creado.
La constante tendencia al caos de los 8 demonios y los demonios menores que habían engendrado sin control, no tardó en alertar a los Hombres de Plata, que apelaron ante su madre los actos irresponsables de sus insaciables e imprevisibles análogos.
Horrorizada por las criaturas que brotaban de cada rincón al otro lado del mundo y descorazonada por el egoísmo de su amante, dio permiso a sus hijos para tomar las medidas que fueran necesarias para contener la entropía impuesta por los augianos.
Los Hombres de Cristal se colocaron al mando del resto de razas y los Dracontes, hombres capaces de transformarse en formidables dragones, se dispusieron al frente de los ataques marciales contra los demonios.
Recorrieron toda Visperia las primeras batallas, cuando cada uno de los pueblos aún era abundante en hermanos. Fueron cruentas las luchas entre tan formidables criaturas, siendo las primeras creaciones de dos dioses inspirados y poderosos.
En un principio, los hombres lucharon de parte de Atalia, pero al extenderse mucho más allá de sus fronteras, no tardaron en convertirse en Hombres Libres, sobre los que tratarían de influir los Hombres de Plata susurrando sueños al oído mientras dormían que les llevaran hasta su causa, y por su parte los demonios, comerciando con el conocimiento que poseían sobre el mundo, enmascarado y vendido como artes mágicas, atrayendo su lealtad hacía su empresa.
Desgastándose en número las razas inmortales entre sí, poco a poco solo fueron quedando los hombres para librar sus batallas. Y cada vez fue más indirecta la lucha entre Augia y Atalia, los continentes más alejados entre sí. Aún hoy sigue la contienda tras largos períodos de aparente calma, pues son tan sinuosos los hilos de los adversarios inmortales, que la inagotable lucha de poder parece ausente.
La Tejedora fue cayendo en su amargura y cosió un capullo de silencio en el que se esconde ajena al destino del mundo, y el Primo Daemonico desapareció de Visperia dejando un rastro de conjeturas sobre lo que le llevó a abandonarlo.
Solo quedaron sus hijos para continuar el forcejeo incansable entre el equilibrio y el caos.     
Pero uno de los Señores de Augia rompió abruptamente el estado de guerra latente justo después de la desaparición del Primo Daemonico. Acogió a un pueblo del continente helado y desconocido del norte, hostigado allí casi hasta el exterminio para desposar a su Reina Bruja, Athra Nuba Nihil, tu madre, y usar el poder de aquellos, los Hijos de la Niebla como arma contra sus enemigos.
Atrajo su atención sobre este pueblo el poder que se dice poseían: el control sobre la Niebla, materia que gobierna la memoria. Los demonios se alimentan y existen realmente en las pasiones y la imaginación de Visperia, y garantiza su existencia por tanto, el recuerdo que sobre ellos persista. Aunque su forma material sea consumida ellos podrán ser invocados a menos que sean devoradas sus esencias u olvidadas por el mundo.
Desoyó a los matemáticos de las Abadías Augianas, que predecían en sus ecuaciones universales el principio de una nueva era desastrosa para Augia si nacía de aquella bruja un medio demonio, engendrado por este Señor de Augia, Agoth Nar Khan, Señor de la Ira. Llamaron a este cálculo “la grieta en el pilar de oriente”.
Su plan era evitar preñarla y usar su poder para desequilibrar la balanza. Pero el primer golpe no fue contra Atalia, no. Sino contra su propia nación, devorando a uno de sus hermanos y acrecentando su poder ilimitado.
Después cubrió con la Niebla de la Reina Bruja la luna regente de los Dracontes, debilitándolos hasta su desaparición y agotando el poder de su esposa.
Siendo ella consciente de que no seguiría siendo útil a Agoth, y que la aniquilación de los hermanos que le quedaban era inminente, ideó un ardid para cegar a su esposo emborrachándolo de pasiones humanas abriéndole una mirada al eco enraizado en la memoria de Visperia del terror de los hombres que habían perecido en guerra contra los demonios, para hacerse preñar.
  No necesito darte detalles sobre lo que acontecería después, pues todo está descrito en el artefacto del que se te ha hecho entrega junto con este mensaje. Es imperativo que lo estudies en detalle durante tu viaje de vuelta, y que llegues cuanto antes.
Se levantan aires de guerra y la tierra clama por más sangre. Aquí te espera un ejército por comandar.
Que tu voluntad siga sin ser doblegada y que vuelvas a salvo, hermano y señor mio.

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