Al mostrar lo que escribo, la mayoría de las personas que me ofrecen su ayuda con la opinión objetiva que no poseo sobre lo que yo mismo hago, suelen aterrizar tarde o temprano en lo que parecen un par de constantes: crudo y ambiguo.
He usado esos dos adjetivos para resumir, y porque son los que se ajustan con mayor gentileza y precisión a mi propia perceptiva del asunto.
Evidentemente, la novela negra, no se escapa de ninguna manera a la crudeza de las situaciones que suelen servir como escenario a este género. En el que dicho sea de paso, me siento cómodo (lo que no quiere decir que me reconozca como bueno en ello).
Y es que en realidad, no puedo evitar acabar siempre al final de ese callejón como un yonki más, porque desde hace muchos años me refugié en la escritura como un acto de evaluación y aprendizaje sobre lo que me rodea y a cerca de mí mismo.
Para mí, y para muchos con los que he tenido la oportunidad de colaborar en algún modo supone una forma de proyectar las luces y sombras de lo que se pasea dentro de uno, y como no, de los resabios que de otras personas quedan dentro de ti.
Así, y confesando que me fascina el ser humano per se, situarlo en las situaciones más crudas y extremas, revela toda su esencia. Es cuando nos encontramos al límite cuando todo se vuelve gris, y sobreviene la ambigüedad. Es difícil entonces más que nunca, poder afirmar que alguien es valiente o cobarde, capaz de hacer algo o no, compasivo o egoísta, de izquierda, de derecha o apolítico. Es únicamente posible definirse con certeza absoluta en nuestros actos, cuando el reloj y la suerte son nuestros peores enemigos.
Solo intento explicarle a los que con cariño me proponen temas más amables, que también encuentro ternura y humanidad en los personajes cuya fortuna enrosca sus actos alrededor de lo inmediato, y el deber o la conciencia que nos demuestran, son así, más honestos.
Un minuto de silencio por las sensibilidades heridas. Un abrazo.
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