miércoles, 23 de febrero de 2011

Mi tierno demonio


A Ícaro le arrancó el sueño un rojizo lago de luz en sus párpados, ausente por mucho tiempo en sus despertares. Demasiado tiempo.
Adoloridos, renacieron sus ojos al día dentro de su ático. Entre el silencio gris y el vacío cansado de su hogar. Borrosa, la silueta de Kala mitigó su miedo a que lo hubiera abandonado tras aquella noche interminable, cargada de la ternura que Ícaro no creía propia o posible en ella. Era inexplicable la sensación al observar a aquella criatura tan delicada y compasiva, después de caer en la trampa de creer como el resto, que todo en ella, era belleza fría y sentido bursátil y cruel.
En su seno, Ícaro fue libre por fin de sus temores, deshizo el nudo de sus deseos, y asestó el golpe certero al coágulo del desasosiego que lo esclavizaba. Ahuyentó su soledad, y con ella, se fueron sus iras.
El contorno de Kala, se aclaró paulatinamente en el cristalino húmedo de Ícaro. Apoyada con el brazo en el marco de uno de los ventanales, lucía el paraíso femenino de su piel, completamente desnuda. Ícaro admiraba en silencio su perfectísima figura y su mirada perdida en la calle. Su cabello púrpura, sobre sus hombros, matizaba salvajemente su sosegada estampa, describiendo un aura semidivino ajeno a tanta realidad mundana.
-“Este lugar…”- la voz de Kala, demostraba que era conciente de que Ícaro la observaba al dirigirse a él sin volver la cara.- “Parece pertenecer al olvido… como si no fuera de nadie”.
-“¿Por qué dices eso?”- Intervino divertido Ícaro con la confianza que le confería la noche que acababa de pasar con ella.
-“No hay fotos, no hay cuadros, no hay objetos ni recuerdos de nadie. Es como si nadie viviera aquí… y me pregunto si… ¿Alguien vive aquí, o si quién pasa el tiempo aquí, no está vivo?”
Ícaro sentía una enorme inquietud ante el comentario, y casi le provocaba una vertiginosa vergüenza.
-“Tu vida está tan vacía como este lugar, Ícaro. ¿A quién o qué no quieres recordar?”
Estupefacto. Ícaro no atinaba a encontrar las palabras con las que responder. Simplemente no encontraba una respuesta.
Entonces reparó en que Rosa, la mucama, fue recogiendo cada foto, cada cuadro o boceto, cada objeto, cada recuerdo, para almacenarlo en alguna parte fuera de su alcance, en cada sesión de limpieza, con lo que inexorablemente, todo vestigio de una vida pasada y de la presencia de alguien en aquel ático, fue desapareciendo a su alrededor sin que él lo impidiera, hasta con su memoria material.
-“Duerme Ícaro, duerme”.
Ícaro acató la orden sin ánimo para discutir o para analizar aquella verdad sobre el vacío en su ático. Y aquella imagen de Kala quedó como un garabato borroso en su memoria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión me interesa. Ten libertad para criticar lo que se cuece por aquí.